La cultura es el marco invisible que configura la forma en que los individuos piensan, se comportan y se comunican. Un conjunto compartido de valores, creencias, normas y prácticas que influyen en todos los aspectos de sus interacciones suele definir a un grupo. En un mundo cada vez más interconectado, comprender su impacto en el comportamiento y la comunicación es esencial para desarrollar relaciones significativas y alcanzar el éxito en las relaciones personales, profesionales e internacionales.
La cultura es algo más que tradiciones, festivales o rituales; es la forma en que las personas perciben el mundo e interactúan con él. Fundamentalmente, influye en los valores, las normas, las creencias y los símbolos. Los valores, como el individualismo frente al colectivismo, definen lo que una comunidad considera significativo.
Mientras que las creencias intervienen en las percepciones de la realidad, la moralidad y el propósito, las normas establecen los estándares de comportamiento aceptados dentro de un grupo. Símbolos como el lenguaje, los gestos y los artefactos transmiten y arraigan la identidad cultural. A su vez, el comportamiento refleja estos fundamentos culturales. Por ejemplo, las culturas individualistas como la estadounidense fomentan la autoexpresión y los logros personales. En cambio, en las culturas en las que prima el colectivismo, como Japón y China, los individuos pueden dar prioridad a la armonía del grupo y evitar acciones que perturben al colectivo.
La teoría de las dimensiones culturales de Geert Hofstede ofrece un valioso marco para comprender cómo la cultura determina el comportamiento. La distancia de poder, por ejemplo, refleja hasta qué punto se aceptan las diferencias jerárquicas. Las culturas con gran distancia de poder, como India o Malasia, tienden a respetar la autoridad y a adherirse a estructuras formales, mientras que las culturas con poca distancia de poder, como Dinamarca y Nueva Zelanda, valoran la igualdad y fomentan el diálogo abierto.
Otra dimensión crítica es la distinción entre individualismo y colectivismo. Las culturas individualistas hacen hincapié en los objetivos personales y la independencia, mientras que las colectivistas priorizan la lealtad al grupo y la interdependencia. La evitación de la incertidumbre explora cómo manejan las culturas la ambigüedad; las culturas que evitan mucho la incertidumbre, como Grecia o Japón, prefieren entornos estructurados y normas transparentes, mientras que las culturas que evitan poco la incertidumbre, como Suecia o Singapur, se sienten más cómodas con la ambigüedad y la asunción de riesgos.
La masculinidad frente a la feminidad diferencia a las culturas que valoran la competición, los logros y el éxito material de las que dan prioridad a los cuidados, la calidad de vida y la cooperación. Por último, la orientación a largo plazo frente a la orientación a corto plazo contrasta las culturas que se centran en las recompensas futuras, la perseverancia y el ahorro con las que hacen hincapié en los resultados inmediatos y el mantenimiento de las tradiciones. Estas dimensiones ayudan a comprender cómo influyen los valores culturales en la toma de decisiones, la resolución de conflictos y los estilos de liderazgo.
La cultura influye mucho en la comunicación, pues dicta no sólo lo que se dice, sino cómo se dice y, lo que es más importante, cómo se entiende. Las culturas de contexto elevado, como Japón o Arabia Saudí, se basan en la comunicación implícita, en la que gran parte del significado se deriva de las señales no verbales, el contexto y el entendimiento compartido. Por el contrario, las culturas de bajo contexto, como Alemania o Estados Unidos, dan prioridad a la comunicación explícita y directa, en la que el mensaje se transmite principalmente a través de las palabras. Del mismo modo, la comunicación directa y sin ambigüedades, frecuente en las culturas occidentales. En cambio, la comunicación indirecta, habitual en muchas culturas asiáticas y africanas, utiliza la sutileza y las señales no verbales para transmitir el significado sin confrontación. Por ejemplo, mantener el contacto visual es un signo de confianza en las culturas occidentales, pero puede considerarse irrespetuoso en algunas culturas asiáticas y de Oriente Medio.
Cuando no se reconocen o respetan las diferencias culturales en la comunicación, pueden producirse malentendidos. Incluso cuando las personas hablan el mismo idioma, las expresiones idiomáticas, el humor y los coloquialismos de culturas diferentes pueden ser difíciles de traducir, lo que puede confundir. Otro problema son las interpretaciones no verbales erróneas, ya que los gestos y expresiones considerados positivos en una cultura pueden considerarse irrespetuosos en otra. Por ejemplo, el gesto de «pulgar hacia arriba» es un signo de aprobación en muchas culturas occidentales, pero tiene connotaciones negativas en algunas partes de Oriente Medio.
Las suposiciones y los estereotipos sobre otras culturas pueden dar lugar a juicios erróneos, mientras que el etnocentrismo, la creencia de que la cultura propia es superior, puede crear prejuicios y reducir la empatía hacia perspectivas diferentes. Para superar estas barreras y mejorar la comunicación intercultural, es esencial desarrollar la conciencia cultural, practicar la escucha activa y adaptar los estilos de comunicación.
Aprender sobre los antecedentes culturales, los valores y los estilos de comunicación de las personas con las que se entra en contacto, evitando al mismo tiempo las generalizaciones y tratando a cada persona con respeto. La escucha activa requiere observar las pistas verbales y no verbales, y pedir aclaraciones para garantizar la comprensión mutua. Ser adaptable y modificar el enfoque para adecuarlo a las preferencias culturales se conoce como «adaptar los estilos de comunicación». Se puede utilizar un lenguaje indirecto al hablar con personas de culturas de contexto elevado. También es fundamental utilizar un lenguaje sencillo y evitar las expresiones idiomáticas, el argot y la jerga, que no se transfieren bien de una cultura a otra. Establecer relaciones fomenta la confianza y la compenetración, lo que puede mitigar los malentendidos, especialmente en culturas que valoran más las relaciones que las tareas, como México o la India.
Buscar feedback fomenta la comunicación abierta para identificar y abordar cualquier laguna comunicativa, garantizando la receptividad a la crítica constructiva y la voluntad de hacer ajustes.
En la era digital, la tecnología ha transformado la forma de comunicarse entre culturas. Las reuniones virtuales, el correo electrónico y la mensajería instantánea permiten una conectividad global, pero plantean retos únicos. Por ejemplo, la falta de señales no verbales en la comunicación escrita puede dar lugar a interpretaciones erróneas. La comunicación por vídeo, que proporciona un contexto visual y ayuda a los participantes a interpretar las señales no verbales, es necesaria para superar estos retos. Tener en cuenta las zonas horarias y los horarios muestra respeto por los demás, adaptándose a las diferentes zonas horarias y fiestas culturales.
Además, es esencial adaptar las herramientas de comunicación, como programas de traducción y plataformas multilingües, para salvar las barreras lingüísticas y mejorar las interacciones interculturales.
En conclusión, la cultura afecta profundamente al comportamiento y la comunicación, influyendo en la forma en que los individuos perciben, interpretan y responden a las interacciones. Comprender y respetar sus diferencias ya no es opcional, sino esencial en una sociedad globalizada. Los individuos y las organizaciones pueden navegar por las complejidades culturales y desarrollar relaciones más sólidas e integradoras desarrollando la conciencia cultural, adaptando los estilos de comunicación y aprovechando la tecnología. Aceptar la diversidad cultural mejora la comunicación y fomenta la innovación, la empatía y el respeto mutuo en un mundo cada vez más interconectado.
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Referencias
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